ANA MARÍA MATUTE
Destino, 1910
Es esta la primera incursión de A.M. Matute en el mundo medieval y
lo que podría clasificarse (a efectos de organización librera) como novela
histórica. Creo que esta es una novela que va mucho más allá de la Historia. De
hecho, se sumerge profundamente en una reflexión poética, plena de metáforas,
símbolos… hasta abismos insondables, casi cercanos a una filosofía arcaica y
primitiva, irracional.
Oscilando entre lo legendario y mitológico, lo histórico, la religiosidad
cristiana y pagana, lo vivido y lo soñado o imaginado, resulta un texto de una
gran densidad, difícil y perturbador, a veces incluso confuso por sus saltos en
el tiempo o más bien, sus distintas concepciones del tiempo, la incertidumbre e
indefinición del espacio, los personajes y sobre todo, el desconocido narrador,
que por no tener, no tiene nombre, pero habla en primera persona.
Novela que al principio parece de iniciación, ya que comienza con
la infancia del narrador, describiendo
su trayectoria vital hasta el momento en que va a ser nombrado caballero, con
quince años. El innombrable narrador habla desde un tiempo impreciso, tanto de
su vida como del tiempo histórico, situándolo aproximadamente en el alto
medioevo. Sin embargo creo que es mucho más que eso. En el texto, y esto es
algo que confunde bastante al lector si no va con mucha atención, hay varias
nociones de tiempo: el tiempo real, que discurre por días, meses y años, en el
que el narrador vive y crece; el tiempo estacional, que vuelve como en un
eterno retorno, de invierno a invierno, de verano a verano, símbolo de
renacimiento y ocaso, de vida y de muerte. Pero también hay un Tiempo con
mayúsculas, un tiempo ancestral, que es probablemente desde el que el narrador
sin nombre habla.
El espacio parece centroeuropeo, con la eterna pugna entre los
germánicos y los eslavos. Digo parece porque no ofrece más detalles que algunos
nombres, algunas vagas referencias a un Gran Río (¿Rhin? ¿Danubio?), castillos,
torres, guerreros, bosques, estepas, inviernos gélidos y blancos, … La vida
entre animales hace que los guerreros y los que les rodean sean, a su vez,
salvajes; no se distingue demasiado entre la caza del jabalí o la caza del
enemigo. Resalta la crueldad, la bestialidad, las costumbres ancestrales
sangrientas, ecos de ritos pasados de divinidades ávidas de sangre, que apenas
han recibido un ligero barniz de civilidad con la aparición del cristianismo, religión
que convive con creencias míticas, con seres fabulosos y costumbres sacrílegas.
Ogros y ogresas, dragones, seres tránsfugos y apariciones inquietantes… son
seres que están integrados en la narración, aunque a veces más bien parecen ser
los sueños o imaginaciones del duermevela del narrador. El lejano e inaccesible
Gran Rey, que nadie ha visto, es una referencia cargada de simbolismo. De
hecho, toda la novela es un acúmulo de símbolos, empezando por la propia Torre
vigía, aunque ésta aparece hacia la mitad de la novela, atrayendo al
narrador/protagonista que se refugia en las visiones a las que accede desde tal
atalaya.
A lo largo de los diez capítulos de la obra, el niño/joven irá
ascendiendo muy duramente los peldaños del conocimiento: desde la barbarie
familiar, que poco tiene de civilización y mucho de salvajismo, donde la separación
entre humanos y animales apenas cuenta; baste ver cómo el maestro de armas de
su infancia, Krim, recibe el mismo nombre que el primer caballo del adolescente
protagonista, que también se llamará Krim.
Los caballos, así como los halcones, tienen un valor simbólico en toda
la narración.
Hasta su llegada al castillo y posesiones del Barón Mohl, donde ya
sus tres hermanos residen y han sido nombrados caballeros, su existencia se
mueve en la soledad más dura y asilvestrada, odiado por sus hermanos, por su
madre, despreciado por todos por considerarle diferente (su físico, a pesar de
su fealdad, está más cercano a los dioses nórdicos ancestrales, mientras que
los que le rodean parecen pertenecer a una tribu humana distinta…) Menos su
maestro de armas, aunque éste también tendrá una existencia efímera, entre la
realidad y el mito.
Con catorce años es enviado al Castillo para servir al Barón y el
panorama cambia radicalmente: aquello es un atisbo de civilización, hay normas,
hay orden, hay clases y su aprendizaje se eleva varios escalones por encima de
lo habitual. Pero no por ello deja de estar solo, la soledad es consustancial
al personaje, siempre considerado diferente. Conocerá el arrebato sexual,
físico, y algo parecido a una atracción amorosa. También la lealtad a unos
principios, a un Señor, a unas normas. A
cambio recibirá todo el odio y la envidia de otros, por su diferencia y la
deferencia con que le trata el Barón …y la Baronesa.
Personaje muy importante es la figura del Barón Mohl, que asume
una función casi paternal con respecto a este joven al que acoge y prepara para
su sucesión; la soledad de ambos les une, en cierto sentido. Como une a la vez que les enfrenta al Barón
con su enemigo más brutal, el Conde Lazsko.
El clima de brutalidad de los caballeros, entrenados para la
guerra, la lucha y la caza, matar o morir, impregna toda la obra. La idea que
tenemos del primer medioevo centroeuropeo como esa época semisalvaje, brutal,
desolada, es remarcada y muy conseguida por la autora en esta obra, un texto
que nos remite a las sagas nórdicas, al Cantar de los Nibelungos, a los mitos
artúricos, donde las referencias son vagas y difusas, porque lo que importa son
valores más fuertes, intemporales, la mezcla en íntima interacción del mito y
la realidad.
La narración finaliza con la vigilia previa al ordenamiento como
caballero del joven narrador, con todo el protocolo previo (baño purificador,
vela de las armas en la capilla…) y el desenlace posterior, penetrando
directamente en la leyenda y fundiéndose en ese Tiempo inmemorial e inmortal, el tiempo de los Dioses y los
Mitos.
No apta para lectores con prisa, que busquen sobre todo acción, y
a los que solo interese el lenguaje directo y sin complicaciones. El lenguaje
es barroco, complicado, inquietante…y bellísimo. Abstenerse lectores impacientes,
agobiados o los que necesitan ir al grano y pronto. Sugerencia: un buen sillón
de orejeras, junto a una ventana con buenas vistas, y calma.
Fuensanta Niñirola