JOSEPH CONRAD
Trad. y prólogo de Dámaso López García
Ed.Valdemar, Col. Avatares, 1998
El
escritor de origen polaco Joseph Conrad,
británico de adopción, escribió estos
tres relatos en una misma época, según nos cuenta él mismo en la Nota del
Autor, en la cuidada edición de Valdemar, que nos los presenta asimismo
agrupados, tal y como Conrad los publicó en 1902, bajo el título Juventud, un relato y dos cuentos, y
dedicados a su esposa, Jessie. En esta edición van precedidos de un magnífico
prólogo a cargo de Dámaso López García*, en el que estudia y relaciona en la
medida de lo posible, estos tres relatos, dando al menos una razón para su
agrupamiento en un solo volumen. Conrad, a quien el prologuista define como un succès d’estime, un escritor para
escritores, más que un autor para el gran público, insiste en su Nota en que la única razón para
agruparlos es la de haber sido escritos en el mismo período, entre la
publicación de El negro del Narcissus
y la época en que empezó a trabajar con
Nostromo. Con la sombra de Lord Jim, publicada
en 1900, planeando sobre todo el proceso.
En Juventud tiene lugar la primera
aparición de Marlow, su personaje más conocido, o su alter-ego, en algunos casos. Y también Marlow continúa apareciendo
en El corazón de las tinieblas,
aunque no en la última narración, En las
últimas, donde el personaje central es el viejo capitán Whalley.
En
una carta citada por el autor del prólogo, sugiere Conrad otra razón para el
agrupamiento de las tres narraciones que componen el libro. Cada una de las
piezas simboliza las tres edades del hombre, y aunque no influya para nada en
su lectura, por el hecho de leerlas siguiendo el orden propuesto, podemos comprender lo que Conrad llevaba en mente, la idea sobre
la naturaleza humana que trataba de transmitirnos mediante sus escritos y la
repercusión de la edad en la vida del hombre. En el prólogo se cita a J. Benet para
caracterizar las tres edades del hombre como la edad del impulso, en estado
puro (la juventud), la justificación reflexiva (la madurez) y la deriva hacia
la enajenación y la decadencia (la vejez).
Juventud
desarrolla un viaje, el descubrimiento del Extremo Oriente, con todo su encanto
y su misterio, y a la vez, el reto que representa. Un viaje juvenil,
iniciático, tanto hacia la vida como hacia el interior del propio protagonista,
un Marlow que, desde sus cuarenta y dos años, cuenta sus recuerdos juveniles a
un grupo de marinos alrededor de una mesa, a la espera de la marea que ponga en
movimiento su barco. Son recuerdos de Marlow y a la vez, de Conrad, que embarcó
desde muy joven y al que le ocurrieron los hechos que se narran, si bien no en
los lugares donde se sitúan. Ahí ya el escritor modela su relato dándole su
toque especial, fundiendo unos recuerdos reales con otros ficticios,
construyendo la acción. El joven Marlow se embarca en el Judea, un viejo velero que sufre toda clase de inconvenientes y
desgracias, hasta que consigue llegar cerca de las costas malayas. En el
momento de la llegada al puerto malayo, cansado pero a la vez excitadísimo y
emocionado, Marlow nos dice, con sus propias palabras: “Era éste el Oriente de los viejos navegantes, tan viejo, tan
misterioso, resplandeciente y sombrío, vivo e inmutable, lleno de peligro y
esperanza.(...) de repente, un soplo débil y cálido, cargado con extraños
aromas de flores, de maderas olorosas, que proviene de la tranquila noche: la
primera confrontación con el Oriente. Nunca olvidaré eso. Era intangible y
seductor, como un encantamiento, como la promesa susurrada de un goce
misterioso.”
Todas
las expectativas del joven Marlow se centran en Oriente, un mundo nuevo se abre
ante sus ojos, y el encuentro con esa tierra
misteriosa y perfumada, cual amante que espera, perezosa, yaciendo en el
lecho, se le antoja la finalidad de su vida, en ese momento. El toque conradiano sobre la edad del hombre, lo
da esta emocionada y nostálgica parrafada de Marlow-Conrad, que considero
importante citar aquí, antes de pasar al siguiente relato. “Recuerdo mi propia juventud, y un
sentimiento que nunca más volveré a
tener: la sensación de que yo iba a durar hasta la eternidad; de que
sobreviviría a la mar, a la tierra, a todos los hombres. El sentimiento
engañoso que nos inclina a los placeres, a los peligros, al amor, a los
esfuerzos inútiles,...a la muerte; la convicción triunfante de la fe en el
propio vigor, el calor de la vida en un puñado de polvo.” ¿Se ha visto una mejor
descripción de la juventud?
La siguiente narración, es El corazón de las Tinieblas. También en
este caso Marlow cuenta su viaje a un grupo indefinido de oyentes. Aparentemente,
un relato sencillo: un Marlow ya maduro, a falta de otro encargo se decide a
capitanear un barco que sube por el río Congo para contactar con los puestos
comerciales de una empresa belga en “la colonia personal” del rey Leopoldo,
descubriendo el caos, la desolación y la absoluta rapacería que reina en
aquella parte del mundo.
Llega
al punto en que ha de conocer al encargado de la compañía en el puesto más
alejado, hacia el interior del país: Mr. Kurtz. Personaje legendario, este
Kurtz, que reina en su territorio cual si de un jefe de tribu se tratase,
adoptando los medios que tiene a su alcance, sin embargo, ha comenzado a desvariar y es
tiempo de hacerle regresar a la civilización. Y a lo largo del trayecto,
Marlow/Conrad, al lento paso de su vapor fluvial deslizándose perezosamente por
el río, se interna en ese territorio selvático y salvaje, profundo y oscuro,
ese mundo antiguo y enigmático, impenetrable y peligroso, que él describe como
“corazón de la oscuridad”. El traductor y prologuista comenta que quizá el
haber mantenido esta traducción literal hubiera sido más revelador de las
innumerables connotaciones que tiene el vocablo “oscuridad” en castellano, lo
que no sucede con “tinieblas”. En inglés se usa la misma palabra para los dos,
pero “oscuro” nos remite a “misterioso, malvado, siniestro, desconocido, o
perverso”, que está más en la línea de lo que quiere expresar el autor. Marlow
viaja al corazón de África, continente oscuro, ya porque en la época aún había
muchos lugares por descubrir en África Central, como por lo misterioso del
intento y el modo en que se realiza el viaje. A Conrad le interesa hacer un
viaje al pasado para confrontarlo con el presente -su presente-, un viaje a la
historia y al origen primigenio.
Una
idea se abre paso: la barbarie es vida,
mientras que el proceso de la propia
civilización es un proceso que lleva a la muerte. Pero no sólo
podemos analizar la obra desde sus implicaciones filosóficas, sino también
desde otros puntos de vista, más sociológicos y políticos: el colonialismo y el
racismo.
La
mirada crítica de Conrad se desliza sobre lo que encuentra en el Congo, ocupado
por los belgas, a la sazón. Dentro del sistema colonial, el caso belga es
especialmente sangrante. El rey Leopoldo se toma la colonización del Congo no
como un asunto de Estado sino como un negocio personal, y su modo de arrasar el
país es aterrador. Un terrible informe elaborado por G. W. Williams, pastor
protestante de raza negra que viaja al Congo en 1890, (justo cuando se encuentra
allí Conrad), corrobora algunos de los hechos y efectos de la devastación
encontrada por el escritor, cuando aún era marino. Lo que el capitán Conrad
encuentra en su verdadero viaje al Congo le deja anonadado y su resultado
directo es El corazón de las Tinieblas
y Una avanzadilla del progreso,
título éste con una cierta dosis de ironía. Con sus propias palabras, Conrad describe su
estupefacción por boca de Marlow: “Tengo
la impresión de estar intentando contarles un sueño, de que me empeño en vano,
porque no hay ninguna narración de un sueño que pueda proporcionar(...)esa
mezcolanza de absurdo, sorpresa y asombro en medio de la reacción de una lucha
frenética, la idea de que te ha atrapado lo increíble: la verdadera esencia de
los sueños...”
Respecto
al tema del racismo, la polémica no surgió en la época de Conrad, ya que los
victorianos no entendían ese problema como tal. Por el contrario, Conrad
contrasta constantemente la civilización y el primitivismo, y en esa
comparación, no siempre sale favorecido el hombre civilizado, sea británico u
holandés, norteamericano o alemán. El análisis y la crítica conradiana se
extienden a la toda la humanidad, a lo que de humano tenemos todos, estemos
donde estemos y en el grado de civilización que nos corresponda. Su resultado
es absolutamente pesimista: “Menuda broma
es la vida: un misterioso convenio de implacable lógica orientado hacia un
objetivo fútil. Lo mejor que puede pasarle a cualquiera es llegar a aprender
algo de sí mismo, lo cual llega siempre demasiado tarde, y Luego viene la
cosecha de inacabables reproches.”
Abordamos
ya en el tercer y último relato, traducido como “En las últimas” (The end of
the tether). En esta obra, como bien dice Dámaso López en el prólogo, el pasado se constituye en historia, anula
el presente, niega el futuro. Y
destaca otra de sus características: todos
los que rodean al protagonista colaboran para hundir al viejo titán. Tampoco el
propio capitán deja de tener su culpa, que es la soberbia, el exceso de
confianza. Él es también culpable de su desgracia.
En
este relato, el narrador es una tercera persona indefinida que lo mismo nos
cuenta la vida del capitán Walley en su penoso presente, a bordo del vapor Sofala, como su intrépido pasado en el
velero Cóndor, compartiendo los
viajes con su amada esposa; su pasado inmediato, ya viudo, en el Fair Maid, barco de su propiedad con el
que esperaba acabar sus días, y también las penas con su hija, malcasada y
pasando penurias. Cuando se le presenta la ocasión, se enrola de nuevo como
capitán, asociándose con el dueño de un maltrecho vapor, Mr. Massy, un
personaje despreciable.
Pasa
unos años con el vapor Sofala haciendo
una ruta comercial, ayudado siempre por un marino malayo, el serang, que le ayuda a dirigir el barco
y cada vez va tomando más protagonismo del que a Mr. Massy y al segundo
oficial, Mr. Sterne, les resulta soportable. Es curioso que en este relato, el
personaje más fiel y honrado resulta ser el viejo serang, con lo que aquí son los blancos los que dan una imagen
penosa, según piensa el propio malayo: “...los
blancos: hombres arbitrarios y obstinados que perseguían de forma inflexible
sus incomprensibles objetivos, seres con extrañas entonaciones de voz, movidos
por sentimientos indescriptibles, por motivos misteriosos”.
Otro personaje,
el holandés Van Wyk, es un solitario espécimen humano que vive retirado en una
isla, dedicándose a su plantación, que a pesar de la diferencia de edad
contacta con el viejo Walley y entrelazan una amistad que les dura unos años.
Pero los planes de futuro de Walley fallan y la narración acaba dramáticamente.
Fuensanta
Niñirola