GUILLERMO GALVÁN
HarperCollins Policiaca, 2019
477 págs.
Sólida novela policiaca, ambientada en los
años inmediatos de la posguerra española, en la que el protagonista principal,
Carlos Lombardi, surge como un prototipo más del género:
detective/policía/investigador duro,
fuerte, que recibe palos de unos y otros, aunque también tiene algunos momentos
de placer, es leal con sus amigos y lleva mal el conflicto político-ideológico
en que vive sumergido. Lombardi es un destacado policía criminalista republicano,
en prisión por su pertenencia al bando perdedor; prisión de la cual es
excarcelado gracias a la intervención de un antiguo colega, -ahora instalado en
la policía nacional- requiriéndosele para ocuparse de un caso que parece pertenecer
al mismo asesino que en los años anteriores cometió crímenes similares y cuyo
sello está impreso en una reciente muerte con violencia y crueldad.
La trama es muy compleja, porque la
investigación remite al inmediato pasado, ya que Lombardi está convencido de
que el criminal que busca es el mismo que buscó en los años previos a la
guerra, y también porque intervienen varios elementos que enturbian la
investigación, hasta que finalmente el protagonista consigue ver claro y
dirigirse hacia un objetivo seguro. Los distintos elementos de los que comento
son, por un lado, la trama religiosa: los asesinados son sacerdotes o
seminaristas, y por las formas del asesinato, se intuye un cierto matiz de
perversión sexual. Por otro lado,
intervienen agentes alemanes, que buscan algo que está relacionado con uno de
los asesinados. También aparece un
agente británico camuflado. Y continuamente, la policía española franquista.
Lombardi, al principio, duda si colaborar
o no con ellos, pero ante todo es policía y es criminalista: y se trata de
cazar un asesino que va a seguir matando. Acepta el reto, pero se va a ver
constantemente presionado por ser “rojo”. Incluso su vida llega a correr
peligro en más de una ocasión.
Además del protagonismo de Lombardi, llama
la atención el papel tan importante que juega la propia ciudad y sus habitantes
sin nombre: un Madrid hecho polvo tras la guerra. Las vidas truncadas de muchas
personas, las ruinas por doquier, el hambre, y los contrastes sociales
amplificados por los desastres de la reciente contienda. Los continuos
recorridos de Lombardi por los barrios madrileños descubren las miserias de la
posguerra, pero a la vez, el protagonista, tras varios años de hambre en la
prisión, disfruta de pequeñas delicias como los chatos de vino en las tascas,
los bocadillos de calamares, los deliciosos cocidos y guisos de callos, sin olvidar las yemas de santa Teresa, en una
visita a la amurallada Ávila.
Tanto Lombardi como otros personajes: la
agente Quirós, el ex guardia de asalto Torralba, el joven periodista Mora, la
amable vecina, el sereno…todos presentan un lado muy humano, al margen de sus
posiciones ideológicas. Incluso Lombardi tiene que transigir en algunos aspectos
y comprender que ya no vive el mismo tiempo que ayer. Aunque trabajando en solitario al principio,
poco a poco va formando un equipo de ayudantes que en algunos momentos van a
serle muy útiles.
La investigación, como suele suceder en
este género de novelas, destapa tramas unas peligrosas y otras despreciables,
en este caso centradas en viciosos y pervertidos personajes ligados a cierta
religiosidad que, desgraciadamente, han existido y existen en la vida real,
porque el ser humano encierra una simiente doble: el bien y el mal anidan en su
corazón.
La novela finaliza con una puerta abierta
a una posible continuación del protagonista en nuevas aventuras. De un modo u
otro, Galván consigue atrapar al lector con su novela, que, a pesar de sus casi
500 páginas se lee de seguido y no deja respiro hasta haberla acabado.
Fuensanta Niñirola
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